Periodismo justiciero

Resulta curioso el modo en que los seres humanos tendemos a adecuar las cosas que pasan a nuestra manera de pensar. Hemos creado un modo de pensamiento en el que la responsabilidad es siempre de otro y resulta mucho más confortable echar la culpa a un tercero antes que cuestionarnos las cosas.

Vivimos en un lugar donde el espíritu crítico suele brillar por su ausencia. También en el periodismo. Y eso, más allá de posturas concretas acerca de un tema u otro, es peligroso. Ese maniqueísmo del blanco o negro –del tot o res, que decimos en Catalunya– afecta a todas las esferas de un país en el que el “si no es como yo pienso, no es” se ha convertido en un mantra.

Si trasladamos eso al fútbol, el contraste es aún más esperpéntico. Siempre ha habido luchas entre antagonistas como Barça y Real Madrid, batallas que han sido jaleadas a voz en grito por sus groupies y difundidas por los cortesanos esparcidos –que los hay– en los medios de comunicación. El problema es que hemos pasado del Messi es mejor que Ronaldo (y viceversa) y del Guardiola bueno-Guardiola malo, a disparar más arriba, probablemente azuzados por un modelo político en el que la caza y captura del disidente es el pan nuestro de cada día y en el que quien denuncia es señalado y quien delinque, convertido en mártir.

Cuando uno ve que un juez es apartado por investigar tramas de corrupción y otro está procesado por osar meterse con la banca, ¿qué no va a suceder en el mundo del fútbol sino la apertura de la veda?

Hoy resulta habitual que los periodistas emitamos juicios de valor sobre cosas que, en la mayoría de los casos, desconocemos. Tenemos opiniones preestablecidas en función de a quién afecte una información y, salvo honrosas excepciones, no nos movemos un milímetro de nuestras posiciones.

Así, no es extraño que tengamos el atrevimiento de hablar de absoluciones sin juicio, de acusar a un juez de admitir una querellas sin fundamento o de mirar al dedo que señala la luna, síntoma inequívoco de que hemos perdido los papeles. Damos por buena una visión de las cosas sin cuestionarnos si es la verdad por motivos que resultan –o no– incomprensibles.

El último ejemplo de todo esto es bien reciente. Cuando ayer se supo que la fiscalía de la Audiencia Nacional había solicitado la imputación del Barça por un presunto delito fiscal, las escopetas volvieron a cargarse para disparar a diestro y siniestro. Dispararon a un fiscal que va a ganarse por su trabajo “un palco en el Bernabéu”, a un juez tildado desde el principio de madridista y a un socio que presentó una querella porque, no conviene olvidarlo, el club no hizo caso a su solicitud de información.

Hoy, el mundo del mamporrerismo ilustrado se llena la boca de campañas desde el PP de las que luego hay que retractarse, de conspiraciones oscuras que llenan páginas de un mundo cada vez menos deportivo, de “ismos” (el último es el sorianismo, pásmense) y de culpar a un señor –haya quien haya detrás– por acudir a la justicia. Hoy, de nuevo, se defiende cueste lo que cueste una posición inamovible fruto de adhesiones inquebrantables más propias de otros regímenes que del siglo XXI, en lugar de dejar que sea la justicia (tan loada cuando se trata de aludir a otros directivos anteriores o al cumplimiento de los estatutos del club) la que dicte si ha habido delito contra la Hacienda Pública. No contra el Opus Dei, Mercadona, El Corte Inglés o Microsoft, no. Contra la hacienda que cada mes nos sablea un porcentaje del salario.

Si ha habido delito o no, si hay fundamento o no para tanta querella, debe decidirlo un juez. Lo demás, lo que leemos y escuchamos a diario, no son más que gritos proferidos desde el parapeto que nos ofrecen las libertades de información y expresión. Derechos que, no olvidemos, están protegidos también por los jueces a quienes tan fácilmente atizamos.

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