Ni femenino, ni fútbol

El Barça femenino es campeón de Europa. Venció claramente al Chelsea (0-4) en Göteborg y trajo por primera vez la Champions League femenina a las vitrinas del club.

No mentiré ni diré que hace años que sigo al equipo femenino del Barça. Sería engañarte a ti, que me lees, y también a mí mismo. Nunca fui de los que decían –y dicen, os lo aseguro– que el fútbol femenino no tenía nivel técnico ni categoría, probablemente porque fui muy torpe jugándolo. Pero como prácticamente todos los hombres que seguimos el fútbol –da igual que lo nieguen ahora–, siempre miré de reojo, como algo anecdótico, la trayectoria de las futbolistas del club.

¿Por qué? Quiero pensar que más por ignorancia que por desdén. O quizás porque, quién sabe, en realidad no me gusta el fútbol.

De un tiempo a esta parte, me he dado cuenta de que el cuento se ha pervertido tanto que hace años que muchos dejamos de ser seguidores del fútbol para ser seguidores de un equipo. Seguramente de forma inconsciente, pero ha ocurrido. Ya no interesa un partido a menos que lo juegue el Barça o, cuando las cosas van mal, si existe la posibilidad de que lo pierda el Real Madrid con algo gordo en juego. El mero hecho de ver cualquier otro partido –salvo las finales, que son excepciones en sí mismas– genera pereza.

Hace tiempo que dejé de disfrutar con el fútbol. Tanto tiempo que hasta el anhelo por volver a mi asiento del Camp Nou tiene más que ver con la liturgia perdida por el coronavirus que por la recompensa (que Messi me perdone) con la que se salgo del templo blaugrana desde hace varios años. Porque no sé tú, pero ir al estadio últimamente significa ir a sufrir al Barça, no a disfrutar del fútbol.

¿Y esto qué tiene que ver con el fútbol femenino?, diréis.

Mi hija Laia tiene 12 años y le gusta el fútbol. No solo eso, sino que lo juega en el equipo de su instituto, donde es la única chica. Es del Barça, claro –de eso me encargué al día siguiente de su nacimiento, igual hice con su hermana–, pero sobre todo le gusta el fútbol. Ve conmigo algunos partidos de la Liga de Campeones, es socia del club, me acompaña al Camp Nou cuando el horario y el trabajo lo permiten… Vamos, que ama el fútbol como solo niñas y niños saben hacerlo.

Por Laia, que siempre pateó el balón en el parque tras salir del colegio, fue por quien me acerqué de verdad al fútbol femenino. Por ella fuimos hace un par de años a que tuviera un primer contacto en el Club Esportiu Seagull de Badalona, donde no se sintió cómoda, seguramente por su edad. Y por ella comenzamos a ir al Johan Cruyff para ver al Barça femenino.

Allí, los ojos de color miel de Laia se abren como platos con cada control de Aitana, cada corte de Mapi León, cada remate de Jennifer Hermoso o cada carrera de Lieke. La veo disfrutar cada minuto y, más allá de eso, percibo que queda en mí una chispa del amor que un día tuve por el fútbol. Por el fútbol bien jugado, claro. Por el fútbol de de ayer en Suecia o por el de cada partido en el Johan Cruyff, que evoca el espíritu de quien da nombre al estadio.

Y es entonces cuando me convenzo de que lo que veo en el Camp Nou no es femenino, claro, pero tampoco es fútbol. Lo fue, pero hace años que es otra cosa. Es circo, postureo, negocio, intereses… Pero no es fútbol, porque el fútbol es el que te entretiene, el que te vuelve impaciente por ir al estadio, el que hace que 90 minutos pasen como si fueran 15 y, sobre todo, el que ilumina la cara de una niña que ve sobre el césped a futbolistas que un día fueron como ella.

Así que, con tu permiso y el del fútbol, cambiaré la entradilla y la dejaremos así:

El Barça es campeón de Europa. Venció claramente al Chelsea (0-4) en Göteborg y trajo por sexta vez la Champions League a las vitrinas del club.

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