Messi y el transporte público

El mismo día que firmó su nuevo contrato con el Barça, Leo Messi llegó a Buenos Aires. Allí, en el aeropuerto de Ezeiza, atendió a la prensa local y comentó, entre otras cosas, que Barcelona es su casa, que quiere mucho al club y que mientras éste le quiera, permanecerá en él. Añadió también que si en algún momento el Barça decide que no cuenta con él, Leo no pondrá problemas para marcharse.

Cada uno juzgará y entenderá a su manera la oportunidad de la frase, pero lo cierto es que Messi ha repetido siempre esa cantinela. Desde que el argentino forma parte del primer equipo, no ha habido año en que no hayan surgido rumores acerca de su continuidad en el Barça. E, invariablemente, en cada una de esas ocasiones la respuesta de Messi ha sido la misma: es feliz aquí y mientras el club lo quiera, esta es su casa.

La temporada del crack de Rosario en el Barça ha sido atípica. Lesionado durante buena parte del inicio del curso, ha acabado aportando 40 goles en todas las competiciones que no han servido para ganar títulos, pero sí para mantener al equipo en la parte alta de la clasificación. De hecho, sin los 28 tantos de Messi –según explicaba ayer Mundo Deportivo– el Barça habría obtenido 17 puntos menos y habría finalizado la liga en quinta posición, fuera de las plazas de Champions League.

Lejos del estratosférico momento de forma al que nos tenía acostumbrados día sí y día también, Messi lleva tirando del equipo tres temporadas. Tres ejercicios de declive colectivo continuado sin que ningún responsable del club haya querido o sabido ponerle freno hasta, parece, estos últimos días.

Y claro, la memoria es frágil como fácil caer en la tentación de la crítica desmesurada. Esta misma semana hemos escuchado al director de un diario barcelonés llamar a Messi “barrut y desagradecido”, decir que ahora tendremos que ver sus “buenas sensaciones con la selección argentina” y que el argentino “nos debe algo”.

Indignado y haciendo gala del postureo inherente a un wanabee como él, la frase “parece que a Messi se le ha olvidado el manual de jugar al fútbol en algún transporte público” define al personaje. Otra vez el transporte público, aquel a cuyas barras Messi, el barrut desagradecido, no podría agarrarse de no ser por el Barça.

Llegará un día en el que a Messi –que en diez años sólo alzó la voz una vez–, como dicen allí, se le rompan las pelotas de tanta boludez. Ese día tal vez decida irse con su magia a otra parte, haciendo felices a quienes le ven como un estorbo para sus planes (que los hay) y dejando tremendamente huérfanos a quienes creían que el club había aprendido a valorar a sus figuras, aunque jamás haya tenido una como Messi.

Y entonces, cuando Leo se vaya –porque la culpa de todo es suya, como ya escribimos–, seguiremos soportando a ese tipo de gente que acusa a todos de “hacer trampas al solitario” mientras adoctrina sin vergüenza ni el más mínimo rubor sobre cualquier tema, sea política, economía o fútbol. Continuaremos aguantando a esa gente que cree que sin el Barça, ese club en el que pretenden influir, no existiría ni el fútbol ni, probablemente, tampoco el transporte público con el que hacer metáforas de dudosa educación.