Las entradas de la final de Berlín y los estatutos del Barça

20.704. Ese es el número de la felicidad por el que casi 80.000 socios del Barça suspiraban como vía para ir a Berlín a presenciar la cuarta final de la Champions League de su equipo en diez años.

Lejos quedan ya aquellos días en los que solamente unos pocos podían, tras pegarse una enorme paliza en autobús, acudir a las finales europeas. En los últimos años, el barcelonismo se ha acostumbrado a movilizarse en masa con una frecuencia impensable hace apenas un cuarto de siglo. Dejando al margen aquella final de 1979 en Basilea y la trágica noche sevillana de siete años después, la presencia cada vez más habitual del equipo en las grandes citas no ha hecho sino disparar la demanda de entradas.

Y, como ocurre en cada ocasión, nadie está contento con el reparto. Tras los dislates cometidos por las diferentes juntas directivas anteriores –sobre todo con la final de París de 2006, donde más de uno llevaba varias entradas encima a pocas horas del inicio del partido–, el club estableció un mecanismo para repartir las localidades entre los socios y lo que ellos llamaron ‘compromisos institucionales‘. De forma tácita, se estableció que el 15% de las entradas disponibles fueran a parar a ese apartado donde figuran patrocinadores, futbolistas, técnicos, empleados, medios de comunicación (!) y alguna que otra categoría cuya definición resultaría difícil de definir. Daba igual que las entradas fueran 40.000 o 10.000; indefectiblemente, el 15% iba para los famosos compromisos.

Dejando aparte el escándalo que supone que UEFA cuente con tantas o más entradas que los clubes finalistas (al fin y al cabo, es su casa y las reparte como quiere), la reforma de los estatutos del FC Barcelona del año 2013 dejó bien claro cómo debía establecerse el reparto de localidades que llegaran al club. Lo hace en el artículo 10.5, cuando entre los derechos del socio recoge:

…asistir a los acontecimientos deportivos de competiciones oficiales no organizador por el Club en los que participe, utilizando las localidades que sean asignadas al Club. En caso de que el número de personas socias interesadas en las mencionadas localidades sea superior al de éstas, el Club debe sortearlas entre los socios, y puede aplicar criterios de ponderación de carácter objetivo. Además, debe excluir del sorteo un número de localidades hasta un máximo del 15% de las asignadas para atender compromisos contractuales e institucionales asumidos por el Club.

Ahí radica el meollo del asunto. Asumiendo que los compromisos pueden llevarse hasta un 15% de las entradas (si hiláramos fino, podría ser también un número menor), los estatutos dejan muy claro que el 85% restante deben ser sorteadas entre los socios. Entonces, ¿por qué más de 3.000 entradas van directamente a las peñas? ¿Por qué no han ido a parar directamente al sorteo? ¿Por qué un socio peñista tiene más opciones de acudir a una final que otro que no lo es?

Sobre la desproporcionada cifra de localidades que ha ido a parar a las peñas se ha escrito mucho, como también del uso que algunas de ellas hacen de ellas entradas. Sin embargo, basta un simple cálculo como el realizado por el colectivo Manifest Blaugrana para darse cuenta de que la directiva del Barça está incumpliendo de forma flagrante lo que marcan los estatutos en este tema.

De acuerdo con esas cifras, del 85% de las localidades restantes tras el sablazo por compromisos, el 20% va a parar a las peñas, un enorme colectivo formado en un 90% por peñistas que no son socios del club. Un sencillo cálculo ofrece que, tras la rebaja, solamente el 68% de las entradas de una final van a parar al sorteo entre socios o, lo que es lo mismo, 3 de cada 10 entradas acaba en manos de no socios. En el caso de la final de Berlín, el Barça dispone de 19.550 entradas: 3.519 van a los compromisos y las 16.617 restantes deberían haber entrado, según los estatutos, en el sorteo entre socios. Sin embargo, 3.323 entradas han ido a parar a las peñas barcelonistas, una cifra casi igual a la de compromisos con la diferencia de que éstas no aportan un solo euro a las cuentas de la institución.

No hay remedio, ni presente ni futuro. Las peñas se han convertido en un monstruo tan grande que ha acabado por devorar a una junta que prefiere incumplir los estatutos antes que hacerle frente. El Barça tiene su Hidra de Lerna, criada y alimentada sin pausa desde los tiempos de Josep Lluís Núñez, pero no ha nacido aún el Hércules que se decida, si no a matarla, al menos a domesticarla.

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