“De los futbolistas que vi, siempre me pareció que el mejor había sido Maradona, quien se tomaba sus respiros de tanto en tanto. Messi, no. Messi es Maradona todos los días”. Esta frase del periodista Santiago Segurola define muy bien lo que ha sido la trayectoria de Leo Messi hasta hoy. Su nombre ha sido siempre sinónimo de elogio y ha obligado a muchos periodistas a tirar del diccionario de sinónimos para encontrar el adjetivo adecuado que describiera la penúltima hazaña de ese genio rosarino que día a día, partido a partido, se ha ido superando a sí mismo. Porque la carrera de Messi, como su vida, ha sido eso: una superación continua.
Leo Messi lleva en boca de todo el mundo desde 2005, cuando debutó como titular en el Barça en el trofeo Joan Gamper. Aquella noche de agosto dejó boquiabierto a Fabio Capello -entrenador de la Juventus que lo padeció en primera persona-, pero también a mucha gente que había oído hablar de un argentino chiquito que despuntaba en los equipos inferiores y a quien no habían tenido ocasión de ver en vivo. Por entonces, Messi y sus compañeros de quinta desplegaban su fútbol en la soledad perenne del Miniestadi.
Hace apenas doce meses, el entorno culé -también el mediático- caía en el más profundo onanismo al celebrar que el crack argentino había batido (con permiso del fascinante Chitalu) el récord de goles de Gerd Müller en un año natural. Era principios de diciembre de 2012. Tres meses después, en París, Messi caía lesionado y daba el pistoletazo de salida a un rosario -con perdón- de infortunios en sus biceps femorales, tanto de una pierna como de otra. Hasta llegar a la última, la cuarta, el pasado domingo frente al Betis.
“La victoria tiene mil padres, pero la derrota es huérfana”, dijo Napoleón. No resulta extraño que con el argentino renqueante desde principios de temporada -fruto también de sus pachangas y viajes veraniegos-, aquellos medios que hacían especiales sobre el récord se preguntan hoy cuánto tiempo pasará para que el equipo deje de ser el Barça de Messi para ser el de Neymar. Aquellos diarios que hablaban de messidependencia ven con una inaudita tranquilidad la ausencia del argentino. “No pasa nada, el equipo gana sin él”, se ha dicho en más de una ocasión.
Y claro, los opinadores, crecidos, se convierten en charlatanes desbocados, en loros de repetición de argumentos impulsados desde vaya usted a saber dónde. “La culpa es de los viajes, de las prisas por volver, de Juanjo Brau y los fisioterapeutas y médicos del club, de la selección argentina, de las fiestas nocturnas, de la comida, de hacienda…”. De cualquiera menos de quien tiene la responsabilidad de averiguar por qué entre las temporadas 2005-06 y 2007-08 Messi tuvo cuatro lesiones en el biceps femoral (exactamente el mismo número que ha sufrido en el último año y medio) y en los cuatro ejercicios que Guardiola estuvo al frente del equipo el número de problemas musculares del 10 argentino fue cero. Ninguna. Nada. ¿Casualidad? ¿Buenaventura?
El carácter obsesivo de Guardiola acabó fagocitando al entrenador de Santpedor, casi tanto como el haberse arrogado el rol de portavoz y cara visible del club ante la pasividad de quienes ostentaban el cargo. Pero ese mismo carácter fue el que le permitió ejercer un control absoluto sobre el vestuario, mantener al equipo competitivo y tenso y lograr que Leo Messi fuese Maradona todos los días durante cuatro años, sin interrupción.
Ahora las pistolas ¡quién lo iba a decir! apuntan a Messi, a quien incluso culpan de la salida de Guardiola del banquillo cuando esos mismos voceros acusaban a Pep de cobarde por abandonar el club al finalizar su contrato. Gotas malayas que van dando forma a un rumor aún inverosímil que corre desde hace meses (y no por las redes sociales, precisamente) y que pronostica una salida de Messi del Barça más pronto que tarde.
‘El Diego‘ se retiró; Messi sólo está lesionado. Y él es el único capaz de agitar su varita mágica para que las lanzas, al contrario que en el refrán, se tornen cañas. Y las voces, veletas, claro.