Berlín, el maratón de mi vida

Los maratones también tienen su club selecto, las World Marathon Majors. Un club muy reducido, hasta el punto de contar únicamente con 5 miembros: New York, Chicago, Boston, Tokio y Berlín.

Este último tiene el plus de tener un recorrido rapidísimo. Dicen que es el más rápido del mundo y que permite a la élite optar a romper el récord del mundo –año sí año también– y a los amateurs nos da alas para soñar con mejorar nuestra marca, eso sí, tras sufrir y superar el riguroso calor de un mes de julio y agosto repleto de entrenamientos.

En principio no estaba en mis planes correr el maratón de Berlín. Un mensaje de un buen amigo en el mes de noviembre del pasado año cambió mi destino: “oye, que si te interesa, nos hemos apuntado al sorteo para la inscripción al Maratón de Berlín, ¿porqué no te animas?”. Sí, sorteo. Cabe decir que hay tanta demanda para inscribirse a este maratón que se sortean las 40.000 inscripciones disponibles, una puta locura.

Al cabo de unos días de apuntarme recibí un correo electrónico de la organización informándome que había sido agraciado con una inscripción. Tenía unos días para confirmarla pagando alrededor de unos 140 euros. ¡Joder! No me lo pensé demasiado, la carne del corredor es débil y una señora maratón de Berlín en el horizonte era una tentación irresistible. ¿Como renunciar a la posibilidad de participar de una fiesta como esta? Imposible un NO para Berlín. Me vino a la cabeza el espectacular reportaje de Informe Robinson donde el gran Haile Gebresselassie conseguía el récord del mundo en 2008. Recuerdo que al verlo pensé que un día yo quería estar allí y cruzar como él en plan triunfador la mítica puerta de Brandenburgo. Sueños.

Entrenar «Berlín» tiene una dificultad añadida: se celebra el último domingo de septiembre, por lo que los meses de julio y agosto son clave en la preparación. Los meses de más carga de entrenamientos coinciden con los más calurosos del año. Gestionar esta situación es fundamental para conseguir el objetivo marcado. Madrugones o sesiones con los últimos rayos de sol del día pueden ser la solución, aunque la humedad de la costa del Maresme no es fácil de sortear. No debe extrañar pues que aunque uno coma de todo y sin restricciones acabe perdiendo varios kilos durante estos meses fomentando la pregunta típica de preocupación por parte de los profanos del mundo runner (“¿te encuentras bien? estás muy delgado”) o la de admiración o envidia sana de los compañeros de entrenamientos: “estás muy delgado, ¿no? Cabroncete… llegas muy fino al maratón”. Como dicen los expertos, bienvenidos todos los kilos de menos que tengas que no tendrás que arrastrar durante 42 kilómetros.

Ya en Berlín tras un vuelo low cost, la primera tarea es dirigirse a la feria del corredor que está ubicada en el antiguo y ya cerrado aeropuerto berlinés de Tempelhof, ahora utilizado para eventos comerciales u otros similares. Una feria grandiosa que no se acaba nunca, llena de stands de marcas comerciales. Hasta cinco hangares del antiguo aeropuerto llenos para deleite de los corredores. Lo que no encuentres allí, no existe. Mandangas aparte, lo que uno busca en la feria es su bolsa del corredor así como el preciado dorsal. Como novedad nos ponían una pulserita que daba acceso a todas las zonas restringidas antes y después de la competición.

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A las 5h45 de la mañana suena el despertador. La noche ha sido larga, no por una farra a cuestas, sino por la dificultad de conciliar el sueño y las innumerables veces que uno se despierta en una mezcla de nervios y ganas de empezar a correr. Te sobran todas la horas previas y estás deseando que suene el despertador y empiece uno de los días más esperados del año. De tu vida.

Un buen desayuno 2-3 horas antes es imprescindible y aquí cada uno tiene sus rituales y manías fomentadas en experiencias pasadas ya sean positivas para repetir o negativas para no volver a caer en el mismo error. En mi caso os puedo decir el menú completo y por este orden: manzanilla, plátano, pan de molde con jamón dulce, un sándwich de Nutella y café.

La salida y llegada del maratón está en la amplia e interminable Avenida 17 de Junio, para situarnos, está entre la puerta de Brandenburgo y la Columna de la Victoria que está coronada con un ángel dorado. En paralelo a la mencionada avenida está toda el área de los corredores –ubicada en la plaza de la República justo delante del Reichtag– y también una amplia zona dentro del inmenso Tiergarten. Estamos ante la organización alemana, con entrada restringida únicamente a los corredores y un sinfín de servicios como duchas, lavabos, bebida, comida, fotógrafos, cruz roja, masajistas… Lo más importante y útil, sin embargo, los guardarropas divididos en 157 tiendas donde en función del número de dorsal te debes dirigir para depositar todos los enseres. Cojonudo, práctico y rápido.

Me dirijo hacia la zona restringida una hora y media antes de la salida que está prevista a las 8:45. Hace frío. Debemos estar alrededor de los 4-6 grados y el cielo está despejado y el sol empieza a levantarse, rojizo, entre los edificios de la ciudad. Una marabunta de corredores de diferentes nacionalidades salimos de la estación de metro y, como una serpiente ciclista multicolor, nos dirigimos a paso ligero hacia la entrada de la start/finish area runners.

Entro sin problema mostrando la pulserita que me entregaron en la feria del corredor y mi primer objetivo es situar el clothing drop-off runners número 63 –dorsales entre el 6.601-6.900–. Una vez lo he ubicado y faltando una hora para la salida decido, con buen criterio vista la fresquita y los temblores del personal, buscar un sitio donde sentarme para dejar pasar unos 25 minutos antes de dejar la ropa, empezar el calentamiento y dirigirme a la salida.

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Sentado en un banco puedo deleitarme con el sensacional y curioso panorama en el Tiergarten. Cada corredor/a con sus rituales previos  y sin ningún pudor ni vergüenza pese a estar rodeados de una multitud de personas; la vaselina va que vuela, las cremas, los geles, plátanos, barritas, una chica orinando a un metro y al lado un chico poniéndose vaselina en los pezones y la entrepierna. Todo vale, nadie dejará de hacer una cosa u otra por vergüenza porque un maratón no permite errores infantiles por pudor, todos/as sabemos que por encima de tonterías está el sentirse seguro y preparado antes de la prueba reina del atletismo de fondo.

Llega la hora de la verdad, se acabó hacer el mirón de parque, me toca despojarme de la ropa para quedarme con lo mínimo: zapatillas voladoras con su chip, pantalones cortos, camiseta de tirantes, las gafas rojas de competición, una camiseta vieja de manga larga encima para soportar el frío y tirarla minutos antes de la salida y tres geles en el bolsillo del pantalón.

Tras entregar el petate en el guardarropa asignado, me dirijo a la zona de salida al trote para empezar a calentar. La salida está dividida en ocho cajones, de la A a la H. Me han asignado el B, que corresponde a corredores que han acreditado marca previa de entre 2h.40′ y 2h.50′. Los podríamos catalogar como corredores amateurs que entrenan como cabrones robando horas a trabajo, familia y amigos, sin ganar un duro y a quienes sus entornos ya los dan por perdidos en su locura por este deporte.

Entro en el cajón B alrededor de 15 minutos antes de la hora de salida, los nervios han desaparecido finalmente y se ven reemplazados por una mezcla de adrenalina, concentración y emoción. Por cierto, no he comentado un pequeño detalle sin importancia (?) el objetivo de este maratón era mejorar mi marca personal conseguida en Valencia de 2 horas, 47 minutos y 46 segundos. Ya está, seguimos con el Maratón de Berlín.

Estoy a pocos minutos de empezar seguramente el reto deportivo más importante de mi vida, rodeado de miles de corredores de todo el mundo, ovacionamos uno a uno todos los nombres de los corredores y corredoras élite que son mencionados por la megafonía y ¡pam!, pistoletazo de salida, cronos en marcha al pisar la alfombra, codazos y empujones pero sin acritud, cada uno buscando su sitio para poder correr sin obstáculos.

El primer contratiempo aparece enseguida, no hay liebre sub-2h.45′. De hecho no hay liebres de menos de 3 horas, lo que me obliga a buscarme la vida para encontrar el ritmo adecuado que me lleve a la marca deseada de 2 horas y 45 minutos. El contratiempo dura solo un par de kilómetros, cuando de repente se me acerca un corredor hablando español y me pregunta si mi objetivo es lograr una marca de 2h.45′. Lo debo llevar escrito en la cara porque si no, no me lo explico. Me junto con este corredor de San Sebastián de los Reyes que además –que suerte la mía– tiene un amigo que le hará de liebre durante diez kilómetros y después entrará otro para hacerle de liebre hasta el final. ¡Liebres caídas del cielo!

A todo esto y a ritmo de 3’55″/km uno puede constatar sobre el terreno que Berlín efectivamente es una prueba rapidísima. Grandes avenidas con pocos giros y muy llana, exceptuando algún tramo con una ligerísima subida. Al mismo tiempo también confirmo que hay una animación espectacular, la ciudad está volcada y, si le añadimos los acompañantes de los 40.000 corredores, pues el colorido de las calles y la animación es muy intensa, hasta el punto de llegar a emocionar en algunos momentos.

Paso la mitad de la carrera con un tiempo de 1h.23’07», siendo ésta una marca insuficiente para mi objetivo y, lo peor de todo es que no tengo buenas sensaciones, lo que me lleva a tomar una decisión que a la postre será decisiva. Dejo marchar a los compañeros de viaje reduciendo un poco el ritmo y adaptándolo a mi situación de carrera, que ni física ni mentalmente es la mejor. Me olvido de buscar mi marca limitándome a encontrar un ritmo exigente pero que me permita disfrutar de la carrera y acabarla en buenas condiciones.

Con este panorama se acerca el temido muro, el kilómetro 30, donde los corredores que van bien de fuerzas se lo saltan sin más y los que van jodidos –aunque ellos no lo sepan– se estampan con todos los morros iniciando un calvario hasta la llegada o incluso forzándoles a abandonar. Paso el muro con un salto. Las malas sensaciones han desaparecido, mentalmente he recobrado la confianza y llego al final de la carrera con muchas ganas de atacar los 12 kilómetros que faltan para la llegada. El público anima sin parar, las calles están repletas de gente a ambos lados de la calzada llevando en volandas a los corredores. Si uno se siente bien parece que flotes por encima del asfalto. Mi camiseta lleva la senyera en el pecho y es fácil identificar mi procedencia, lo que hace que muy a menudo se oigan gritos de ánimo con acento alemán del estilo “Catalunya” “España” “Españolo” “Barça” “Vamos”… hasta un “Arriba España” con acento español que seguramente buscaba más la provocación que animarme.

Pasan los kilómetros pero nunca lo suficientemente rápido, 34, 35, 36, 37, 38… Aunque uno se sienta fuerte y con mentalidad positiva no quiere decir que la agonía por acabar de una vez por todas no esté presente, y en estos momentos la fuerza mental marca la diferencia. Las piernas duelen, el cuerpo está cansado y el agotamiento lo notas hasta en la punta de… las orejas. Pero cuando uno llega a estos kilómetros finales de un maratón debe poner todo el corazón.

A 5 kilómetros de la meta alcanzo a los compañeros de San Sebastián de los Reyes que dejé marchar en el paso por la media maratón cuando me asaltaban las dudas y las malas sensaciones. Han pinchado y están pasando un calvario, entonces entiendo que la decisión de dejarlos marchar había sido clave. De no haberla tomado estaría con ellos sobreviviendo para llegar arrastrándome hasta la meta.

Ahora ya solo queda luchar contra uno mismo, contra la agonía y el dolor. Pero las fuerzas se acaban. No tengo claro qué marca voy a hacer. Hace 20 kilómetros que no miro el cronómetro. Solo necesito una cosa, una señal que diviso en el horizonte al torcer a la izquierda, la imponente puerta de Brandenburgo al final de una larga avenida llena de gente a rebosar dando aliento a los corredores exhaustos. Con cada zancada la mítica Brandenburger Tor se ve más grande y uno empieza a recordar los sacrificios de los últimos meses, los maratones anteriores que han ido como el culo, la lesión con paso por el quirófano y, por supuesto a mi gente, los que se alegran cuando las cosas te van bien.

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Cruzar la puerta de Brandenburgo en el Maratón de Berlín es un momento imborrable que me guardo en la retina para siempre, me lo llevo conmigo a la tumba o donde acabe, pero ojo, todavía quedaba una sorpresa final: advierto en el crono que está en el arco de llegada –200 metros tras pasar la puerta– que estoy llegando con un tiempo de 2 horas y 45 minutos. ¡Mein gott! se acabó la emoción y pensar en mil cosas, toca cascarse un sprint descomunal porqué finalmente y contra todo pronóstico tengo al alcance de la mano la marca deseada. Entro por el arco de llegada desmontado físicamente pero con el objetivo conseguido, 2 horas, 45 minutos y 42 segundos –menos mal que esprinté–. Felicidad absoluta, mejor marca personal rebajada en 2 minutos y 4 segundos, todos los sacrificios han dado resultado y encima en el mejor maratón del mundo, así de claro.

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La jornada acaba con una tarde de turismo por la ciudad, una comida copiosa y todo ello con la medalla de finisher colgada del cuello que no me la quité ni en el avión low cost que por la noche me llevaba de regreso a Barcelona. El mismo avión que me llevó dos días antes a Berlín con un sueño que felizmente pude cumplir.

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